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        Manuel León Vargas nació el 29 de enero de 1928 en la Estación de San Roque, en la Calle La Pólvora, porque al Corchaíllo, la dehesa de Castellar donde vivían lindando con Jimena, el médico tenía que ir a caballo, asunto por el que la familia se traslada a una casa a la Estación de San Roque para que su madre diera a luz. No lo hizo sólo una vez su madre, lo de parir y trasladarse, sino varias, ni más ni menos que doce veces, ya que fueron seis hijos y seis hijas los que tuvo en total, los hermanos de Manolo. 

El Padre de nuestra primera mención de honor era Guarda del Duque de Medinaceli y su madre cuidaba a una extensa familia que del Corchaíllo pasó a la Dehesa del Olivar donde trasladaron a su padre. Allí crecieron desayunando pan, aceite y café, almorzando guiso de papas o fideos y cenando puchero. 

Hasta que cuando tiene ocho años estalla la Guerra y llegan el hambre, los piojos, las paperas y la vida se transforma para todos. Manuel recuerda cómo ese año los reyes magos le regalaron una escopetilla hecha de madera y lata que simulaba un tiro pero sólo era ruido, y se pasó todo el día persiguiendo pajaritos creyendo que era de verdad. También recuerda cómo cuando los moros arribaron el Castillo, en la Dehesa El Corchaíllo tres cuadrillas de corcheros, un centenar de hombres, se encontraban en pleno descorche, porque ese año tocaba faena. Y también recuerda otros tantos hechos que en su memoria perduran con absoluta precisión. 

Manuel León trabajó desde pequeño en el Cortijo Barría donde ganaba una peseta al día, desde las cuatro de la mañana hasta que se ponía el sol, dando de comer y cuidando al ganado. Dormía en un pajar y cada quince días, libraba medio. 

Después pasó a trabajar para la Compañía Militar de Santa Clara, de camarero de la Cantina, ganando dos pesetas y media al día hasta el año 1947. Allí comenzó a disfrutar de una de sus grandes aficiones: el baile. Manuel se encargaba de todo: contrataba la orquesta que le costaba 100 pesetas y estaba formada por un batería, una trompeta y un saxofón. Venían cientos de personas de todos los alrededores y se bailaban tangos, vals, pasodobles y rumbas hasta decir basta.  

En 1947 pasa a trabajar en La Almoraima, dando guía a los arrieros que transportaban el corcho con los mulos, se acaba el jornal y se mete a cepero vendiendo la tonelada de cepa de árbol a veinte pesetas. Y así llegó el estraperlo. Manuel compraba tabaco y café en la Estación de San Roque y lo vendía a los maquinistas de los trenes que le daban salida al producto en Córdoba. 

Después de licenciarse en el servicio militar vuelve a trabajar al Convento como Guarda Jurado, haciendo relevos y distintos tipo de trabajo, entre ellos chófer de Fernando Matute Rey, hijo de la de la duquesa de Medinaceli, al que acompañó a sus viajes a Madrid, París, Bruselas o Luxemburgo, conociendo así parte de Europa. 

En 1961 empiezan a construir el Pantano y Manuel decide irse  del Convento a buscar mejor retribución y compra un camión y trabaja en la obra. Vende el camión y se mete a taxista, durante tres años, regresa una vez más a trabajar al convento y finalmente, en 1971, comienza a trabajar para la Confederación Hidrográfica del Sur, empresa en la que se jubila felizmente a los 64 años, en 1992. 

Su periplo de trabajador en Castellar de la Frontera es tan extenso como la misma historia del municipio. Un ejemplo de emprendimiento, de tenacidad y arrojo por sobrevivir y buscarse la vida con el deseo siempre de mejorarla, por él y por su familia. 

Manuel tiene dos hijas, Inmaculada y Mari Paz. Y dos nietas, Ellas destacan que de todos los oficios y trabajos de nuestro homenajeado, el más brillante y desempeñado con mayor ilusión, ha sido el de abuelo. Siempre pendiente de la infancia de sus nietas, de idas y venidas al colegio, de sus tareas extraescolares, de sus festejos y aficiones.

Hoy con 89 años a sus espaldas, es un chisparrero ejemplar por su trabajo desinteresado en distintas asociaciones como la Sociedad de Caza el Faisán donde fue tesorero y en el Hogar del Pensionista, del que ha sido su presidente más de una docena de años.

 Por todo ello, por su entrega y desinterés y su trayectoria de andaluz ejemplar, la Corporación Municipal de Castellar tiene a bien entregar esta Mención de Honor del Día de Andalucía a Don Manuel León Vargas